miércoles, 8 de mayo de 2013

Armas de fuego en la prehistoria?



Existe una arqueología prohibida que nos muestra inquietantes descubrimientos que, de revelarse ciertos, obligarían a rescribir la historia del hombre tal y como la conocemos. Aunque muchos se resisten a aceptarlo, existen una serie de anomalías que nos muestran claramente que algo inquietante ocurrió en el pasado. En muchas partes están apareciendo evidencias de una tecnología imposible.

Craneo hallado en la Cova del Toll en Moià (Barcelona)No deja de ser sorprendente comprobar como algunas anomalías históricas son totalmente pasadas por alto por arqueólogos e historiadores, cuando no deliberadamente silenciadas. Se trata, casi siempre, de hechos que no encajan dentro de las teorías elaboradas por los expertos y que su reconocimiento oficial podría resquebrajar el edificio académico con tanto esfuerzo construido.

Una de esas anomalías hace referencia a restos hallados de animales y homínidos, de miles de años de antigüedad y que presentan orificios que sólo pudieron ser causados por proyectiles similares a los que provocan las municiones de nuestras modernas armas de fuego.

Citaremos tres casos a modo de ejemplo aunque, a buen seguro, deben existir muchos otros, arrinconados en los archivos de museos de todo el mundo, esperando a que alguien repare en ellos y cuya anomalía o se ha ignorado, o se ha ocultado de forma intencionada.

¿QUIÉN CAZABA BISONTES EN LA PREHISTORIA?

La primera noticia que tuve de este caso se remonta a mediados de los años setenta, a través de la obra de Erich Von Daniken "El mensaje de los Dioses" en la que hacía referencia a los restos de un bisonte que este autor había podido observar en un museo de Moscú en 1968.

En efecto, en el Museo de Paleontología de Moscú (adscrito al Paleontological Institute of Russian Academy of Sciencies 117868- Moscow, Profsoyuznaya st., 123) puede contemplarse el esqueleto de un bisonte que en su cráneo presenta un agujero perfectamente redondo y que tuvo que ser causado por el impacto de un proyectil lanzado a gran velocidad. En otras palabras, su aspecto es sospechosamente parecido al que dejaría una bala de moderno calibre. Sólo que este animal originario de Yakuzia, en la Siberia oriental, vivió en aquellas latitudes hace entre 30.000 y 70.000 años, cuando el hombre no pasaba de ser (según la historia oficial) un mero neanderthal.
Desde posturas academicistas se ha sugerido que tal impacto (cuya realidad es tan evidente que no puede ser negada) pudo deberse a causas naturales. Y se añade que el único fenómeno natural que pudo provocar algo así habría sido el impacto de un pequeño meteorito. Francamente, por muy expertos que sean los enunciadores de tan descabellada teoría, ésta me parece totalmente absurda ¿Se imaginan un meteorito, penetrando en la atmósfera terrestre e impactando justo en el centro del cráneo de un bisonte en plena estepa siberiana? ¿Qué posibilidades hay de que tal hecho ocurra realmente? Además, un meteorito de tales características debería haberse desintegrado por efecto del rozamiento con el aire, antes de golpear al animal.

Los estudiosos se han puesto de acuerdo en que fue precisamente este impacto lo que provocó con toda probabilidad la muerte del animal, sin embargo no coinciden en lo que pudo causarlo. De haberlo producido alguno de los utensilios que utilizaban los hombres de aquella época, el cráneo hubiera sido destrozado o, en todo caso, no hubiera podido producirse un agujero perfectamente regular y sin grietas a su alrededor. No es así, y lo cierto es que estamos ante un orificio efectuado limpiamente.

¿Quién se dedicaba a cazar con rifle hace diez mil años?

EL CRANEO DE BROKEN HILL

Pero este no sería el único caso registrado. Tal vez uno de los más conocidos fue el denominado Hombre de Broken Hill, en recuerdo del lugar en que fue hallado el cráneo de un homínido (Broken Hill, al norte de Zambia, la antigua Rhodesia).

El hallazgo tuvo lugar en 1921, cuando los trabajadores de una mina de zinc se preparaban para barrenar unos terrenos situados en una colina en Broken Hill (el nombre actual de esa ciudad es Kabwe, de ahí que en la literatura especializada se conozca con uno u otro nombre) y se percataron de la existencia de una galería, que conducía a la entrada de una caverna. La cueva estaba llena de restos humanos dispuestos de tal forma que indujo a los expertos a pensar que se estaba ante un lugar de enterramiento prehistórico.

Sea como fuera, los trabajos de recuperación se hicieron con torpeza y de los restos hallados, sólo nos ha llegado una mínima parte entre las que se encuentra el cráneo humano conocido como Hombre de Broken Hill u Hombre de Rhodesia. En un principio el cráneo fue clasificado dentro de la categoría de Homo Heidelbergensis e, incluso, se dudó que fuera un homínido, debido, sobre todo a su enorme tamaño. Actualmente se cree que el cráneo en cuestión sí perteneció a un homo sapiens si bien se especuló con la posibilidad de que el espécimen encontrado sufriera de acromegalia . Esta fue al menos la teoría mantenida por el Dr. Jack Cuozzo en su obra Buried Alive: The starling about Neandethal man, objeto de fuerte controversia entre creacionistas y evolucionistas. Desgraciadamente, entre los restos no se halló la mandíbula inferior que, al parecer, hubiera ayudado en un diagnóstico más certero.

Sin embargo, lo más sorprendente de este cráneo son los dos agujeros que tiene (lo que aparenta ser un orificio de entrada y otro de salida) situados de forma simétrica en el hueso temporal izquierdo. En un principio se especuló con la posibilidad de que se tratase de una trepanación pero dada la antigüedad de los restos como, sobre todo, de la forma y aspecto de los agujeros, esta hipótesis acabó descartándose. Simplemente se concluyó que los agujeros en cuestión no tenían explicación lógica alguna.

El Dr. Cuozzo sometió el cráneo de Broken Hill a diversos análisis y pruebas, llegando a la conclusión de que los agujeros no podían deberse a una trepanación.

En primer lugar, la trepanación, una de las prácticas más antiguas practicada por el hombre tanto por cuestiones médicas como religiosas, no explicaría la presencia de un segundo agujero, mucho más grande que el primero, justo debajo del primero, en el hueso occipital.

En segundo lugar, el primer agujero es más grande en su parte interior que en su parte exterior. Es decir, tiene lo que podríamos denominar, un biselado, justo la marca que cabría esperar si el agujero hubiera sido efectuado por algo parecido a una bala moderna. 

¿Disparos en la prehistoria?

Jack Cuozzo opina que el cráneo de Broken Hill no sería tan antiguo como los paleontólogos suponen y, desde luego, mucho menos que los que el estrato en que se halló evidenciaría. Y llega a esa conclusión no tanto por la anormalidad de los agujeros hallados en el cráneo sino porque una antigüedad como la que postulan los científicos estaría reñida con las teorías creacionistas que el Dr. Cuozzo defiende.

Los científicos no son de la misma opinión. Para la arqueología oficial la antigüedad del cráneo de Broken Hill está fuera de toda duda. En su día, los científicos estimaron su antigüedad en alrededor de 10.000 años. Sin embargo, posteriormente y gracias a técnicas de datación modernas, se ha establecido la antigüedad de los restos en 125.000 años y los clasificaron como una subespecie de neanderthales.

Y no fue éste el único cráneo hallado. En 1953, en Saldanha Bay,Hopefield, Sudáfrica, se encontró un segundo cráneo de un humanoide del tipo Kabwe, es decir, como el hallado en Broken Hill, con primitivas herramientas y restos de animales. A ese cráneo se le dio una antigüedad de entre doscientos y cuatrocientos mil años. Este hallazgo demostraría que no estábamos ante el cráneo de un homo sapiens aquejado de acromegalia, sino ante una subespecie de homínido que vivió en aquella zona de África.

Así pues, los últimos descubrimientos echarían por tierra los cálculos del Dr. Cuozzo en lo que hace referencia a la antigüedad del primer cráneo, pero, desde luego, no explicarían los agujeros hallados en el cráneo de Broken Hill, su morfología y su impecable trayectoria. Bien al contrario, la mayor antigüedad de los restos encontrados en Sudáfrica no hace sino añadir más oscuridad en este misterio. En definitiva, estamos ante un cráneo que tiene no menos de 125.000 años de antigüedad y con una anomalía que nadie puede aclarar de forma satisfactoria.

Y cuando a la ciencia se le pregunta qué explicación tendrían las perforaciones halladas en el cráneo de Broken Hill, ésta calla. La ciencia, simplemente, no sabe dar una explicación a este enigma.

EL CRANEO DE MOIA

Moià es un pueblo, de unos 5793  habitantes (2012), situado a unos 40 kilómetros al norte de Barcelona (Catalunya-España). Aquí nació en 1660 el héroe nacional de Catalunya, Rafael Casanova que encabezó la resistencia en el asedio a Barcelona por las tropas españolas de Felipe V, durante la Guerra de Sucesión (1714).

En los alrededores de Moià se halla situada la Cova del Toll, una cavidad natural subterránea, recorrida por un curso de agua y que se utilizó como asentamiento humano desde finales del paleolítico hasta la edad de bronce.

De hecho, tanto esta cueva como la de las Toixoneres, sirvieron de refugio y de cámaras sepulcrales a los humanos de aquellas épocas. Las excavaciones, iniciadas en los años cincuenta (la entrada principal fue descubierta el 29-10-1954) evidencia la presencia de una riquísima fauna en este lugar, que es considerado por los expertos como una de las zonas con mayor riqueza de especies animales del cuaternario, y que se corresponde con la última glaciación de esa era o Período Wurm.

La Cova del Toll tiene 1148 metros de profundidad si bien solamente pueden ser visitados 158 de los que algo más de cien corresponden a la Galería Sud que es la que fue ocupada por los primitivos neanderthales y por posteriores asentamientos.

Fue en esta cueva en donde se hallaron los restos de varios homínidos entre los que hay que destacar el llamado Cráneo de Moiá. Se trata de un ejemplar de Cromagnon que vivió en aquella zona hace unos 10.000 años y que murió a una edad muy avanzada para la época, 60 años. Al parecer, se hallaba aquejado de diversas enfermedades tales como artrosis reumática y osteoporosis generalizada.

El esqueleto se halla muy bien conservado y lo que llama de inmediato la atención del visitante es una perforación perfectamente circular que puede observarse en el centro del hueso frontal del cráneo y que de inmediato nos hace pensar en el impacto de un proyectil.

Como en otras ocasiones, se ha especulado con la posibilidad de que la perforación hubiera sido producida por el impacto de una piedra en la frente o la punta afilada de alguno de los utensilios utilizados por el hombre primitivo. Sin embargo, un traumatismo de este tipo hubiera dejado astillado el hueso y, desde luego, hubiera producido un orificio mucho más irregular.

Se apuntó también la posibilidad de una trepanación pero el tamaño del agujero e incluso su situación, parecían descartar esa hipótesis.

Finalmente, los expertos llegaron a la conclusión de que estos restos correspondían a un ejemplar que había padecido una fuerte infección dental en la mandíbula superior y que, como consecuencia, había desarrollado una sinusitis que acabó por perforarle el hueso frontal. Los expertos coinciden en que esto, sin embargo, no fue la causa de su muerte y que el ejemplar sobrevivió a esa enfermedad.

Esta explicación, tal vez forzada pero aparentemente plausible, parecía dar respuesta a los interrogantes planteados y, desde luego, dejaba mucho más tranquilos a los expertos que no tenían que enfrentarse ante la “absurda” hipótesis de que el orificio hubiera sido provocado por algo parecido a un moderno proyectil.

En el invierno del año 2001 visité detenidamente el pequeño Museo de Moiá en donde pueden contemplarse los restos óseos de este cromagnon y tomé diversas fotografías tanto del cráneo como del resto del esqueleto. Visité asimismo la cueva en la que los mismos fueron hallados, en las afueras del pueblo y pude entrevistar a diversas personas relacionadas con el museo e, incluso, hablar con uno de los miembros que intervinieron en las excavaciones a finales de los años cincuenta, hoy convertido en vigilante del museo citado.

Una vez clasificado, mostré el material gráfico recogido a dos doctores en medicina, uno de ellos médico estomatólogo con bastantes años de experiencia en enfermedades dentales a sus espaldas, que me previno de que sus afirmaciones no podrían considerarse definitivas ante la necesidad de tener una mayor información acerca del caso. Ambos coincidieron en la elevada improbabilidad de un diagnóstico como el descrito y me confirmaron en la sospecha que tenía: la explicación dada por los arqueólogos parecía forzada y para no entrar en mayores detalles de un asunto que podía acabar por incomodarles ante la falta de respuestas reales.

Uno de los médicos (por cuestiones de discreción declinamos citar sus nombres) afirmó claramente que una perforación de este tipo derivada de una sinusitis sería sumamente improbable dado que la infección tendería a salir al exterior del cuerpo por otros conductos naturales mucho más accesibles (las encías, por ejemplo) y que, en todo caso, para llegar a una perforación de este tipo, el paciente debería haber desarrollado un cuadro clínico (en el que habría que destacar una fiebre altísima) que con toda probabilidad habría acabado con su vida, máxime teniendo en cuenta la época histórica en la que se hallaba en la que no existían fármacos para combatir esa grave sintomatología.

Por otro lado, de una observación detallada del agujero craneal, se desprende que el orificio parece haber sido efectuado desde el exterior hacia el interior del hueso. Existe una clara curvatura hacia adentro del agujero y puede observarse un ligero ángulo de entrada de derecha a izquierda. Todo esto sumado a la exacta regularidad y perfecta redondez del orificio, sugiere una herida traumática producida probablemente por un impacto procedente del exterior.

Por lo que pude ver y me explico el cuidador del Museo Paleontológico de Moiá (totalmente alineado con de la hipótesis oficial, como no podía ser de otro modo pues en su juventud había participado de los diversos trabajos arqueológicos) no existe un orificio de salida por lo que el supuesto proyectil, de haber existido alguna vez, causante del impacto debió quedar alojado en el interior del cráneo. Nadie supo darme razón de si en el lugar en el que se encontró el cráneo, se halló algún resto de ese proyectil. Sin embargo, lo cierto es que, al no haberse tenido nunca en cuenta la teoría del impacto exterior, tampoco se buscó resto alguno. Y aún en ese caso, no sería extraño que no se hallase nada ya que tampoco se buscaba algo parecido a una bala y la corrosión debida al paso del tiempo la hubiera hecho fácilmente confundible con algún tipo de piedra o mineral, pasando totalmente desapercibida para los investigadores.

Hay que tener en cuenta que estos restos fueron hallados a mediados de los años cincuenta y que fue entonces cuando se planteó la hipótesis de la sinusitis como causante de esa perforación craneal. Desde entonces, la medicina ha avanzado mucho y dicha hipótesis no ha sido revisada. Bien es cierto que descartarla dejaría muchas preguntas sin responder… a menos que se aceptase la teoría del disparo que, reconozcámoslo es, a priori, absolutamente exótica. Pero, de tenerla en consideración, la pregunta vuelve a ser inevitable: ¿Quién disparaba con armas de fuego hace 10.000 años?

Los tres casos aquí expuestos son sólo tres ejemplos de las muchas anomalías que existen por todo el mundo y que ponen en evidencia que, en ocasiones, la historia tal y como nos la han enseñado presenta algunas anomalías que debería despertar nuestro espíritu crítico y hacernos plantear otras posibilidades.

Hoy en día se habla con frecuencia del llamado “pensamiento único” que nos conduciría a una especie de fatalidad ideológica en la que una cierta teoría económica vencedora dominaría todos los ámbitos de nuestra vida. Sin embargo, en determinados campos de la ciencia, desde hace muchos años se intenta hacernos creer que las teorías que nos han explicado son las únicas posibles. Para ello se muestran aquellos hechos que vendrían a corroborarlas y se pasan por alto otros que son inexplicables o que, simplemente, incomodan.

Sin embargo, lo cierto es que a cada nuevo descubrimiento los paleontólogos deben revisar sus teorías y deben hacer retroceder el origen del hombre algunos miles de años más, viéndose obligados a enunciar nuevas hipótesis en la que quepan los nuevos hallazgos. Eso en cualquier otra disciplina científica sería tenido, como mínimo, por poco serio.

Las piedras de Ica, las figuras de Acámbaro, huellas de hombres junto a las de dinosaurios de Glen Rose, cráneos con orificios de bala… Algo no cuadra en lo que nos están contado.



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